Llegó el momento y Sitges se vistió de gala para empezar esta anunciada y especial edición, la número 50, de un festival que ya es quizás, el referente mundial del cine de género. Y para una edición tan especial era importante una película inaugural a la altura. Y sin duda el festival hizo los deberes...
The Shape of Water, la última y esperada película de Guillermo del Toro, en especial tras su triunfal presentación en Venecia, inauguró el festival, con su director de padrino del mismo y una expectación enorme. The Shape of Water es una fantasía retro, una monster movie romántica de estética apabullante y romanticismo exacerbado, que si bien no innova en su guión, repleto de tópicos en los que no faltan los malos malotes, la chica desvalida pero determinada a conseguir su amor, el amigo homosexual y el monstruo más humano que muchos de los humanos; sí que logra impregnar de magia la narración a partir de su virtuosismo visual y ese tono de cuento como los de antes, delicado, estéticamente imaginativo, hermosos, de buen corazón. De los que hacen que te sumergas en la magia del cine sin pensar en sus mecanismos. Con unas interpretaciones soberbias, en especial la de su espléndida actriz protagonista Sally Hawkins, la película nos va impregnando de su sencilla y cuidada historia hasta que, para la mayor parte del público, la emoción florece sin cortapisas. Una inauguración a la altura de esa 50 edición que sin duda dará mucho de que hablar en los próximos meses.
Otro de los platos fuertes de estos primeros días de festival ha sido Most Beautiful Island, una película indie americana dirigida por una española, Ana Asensio, que además lleva consigo el peso del omnipresente papel principal del film. Como si de un capítulo de aquellas míticas "Historias Imprevistas" o "La Dimensión Desconocida" se tratase, la directora va tejiendo una historia que parece empezar como una cinta independiente más cercana al cine social pero que va mutando en ciertas tensiones hasta que en su segunda mitad, se desata el mal rollo. Con una dirección precisa cargada de misterio y una actuación llena de sensualidad, Ana Asensio nos sumerge e un misterio no excesivamente novedoso pero que sabe llevar con mano maestra. Una película muy pequeña pero que saca un rendimiento brutal de sus escenarios y sus misterios. Una ópera prima sin duda brillante que pone a su directora en el punto de mira y a la que intentaremos acompañar en sus próximos trabajos.
Otra de las primeras maravillas que nos ha proporcionado el festival ha sido Loving Vincent, cinta de animación que a modo de thriller pretende indagar las posibles causas que llevaron a Van Gogh a suicidarse e incluso explorar la posibilidad de que la muerte haya sido un asesinato. Sin duda lo más llamativo de la película es su estética. Cientos de animadores han trabajado durante años en recrear y dar vida a los cuadros del genio holandés. Y el resultado es una maravilla. Verdes hierbas altas dan paso a trenes atravesando puentes, plantaciones de trigo o noches difusas. Van Gogh vive en sus propios cuadros. Su arte se ha hecho movimiento. Cualquiera puede sentirse emocionado por ello, per o los que como yo somos auténticos amantes de su pintura, la maravilla alcanza cuotas de emoción nunca imaginadas. Para acompañar al festín estético, la historia que se nos cuenta es de lo más interesante, intentando indagar en el porqué de esa tristeza infinita del pintor, de esa depresión y ese desánimo que lo llevó (o al menos eso nos han contado) a quitarse la vida cuando parecía que se estaba recuperando de su depresión. Una maravilla, delicada, que ningún aficionado al cine debería perderse.
Yorgos Lanthimos también era uno de los platos fuertes de los primeros días del festival y por supuesto, no iba a pasar desapercibido. Acompañado de Colin Farrell y Nicole Kidman, el director griego en una estilizada película llena de espacios mastodónticos, hirientemente blancos, nos vuelve a hablar de la desintegración familiar, en este caso con tono fantástico, ya que uno de los hijos del matrimonio protagonista parece ser la causa del mal y la muerte que acecha a la familia. Decididos a terminar con el sufrimiento, la único opción será asesinar al niño. Pero el peso del remordimiento no se lo pondrá fácil. Fría, brutalmente malsana, de elegancia gélida, de interpretaciones llevadas a un laconismo incómoda, la alta sociedad recibe una y otra vez bofetadas del director, en su manera de llevar una vida de apariencias más allá de sentimientos, más allá de amores, de empatías. La deshumanización es el primer paso hacia la destrucción. Y El sacrificio de un ciervo sagrado nos lo explica sin compasión, con todo el dolor, aunque sea oculto tras sus blancos impolutos.
Ana Lily Amirpour, la directora americana de origen iraní que hace unos años nos sorprendió con una estilizada ópera prima que mezclaba vampiros y drogadicción, nos vuelve a impactar con este nuevo ejercicio de estilo sucio e hiperbólico titulado The Bad Batch. Un western salvaje a medio camino entre los primeros trabajos de Robert Rodríguez y el tremendismo y el gusto estético de Jodorowsky. Excesivo de principio a fin, con guión delirante y psicotrónico, una vez más la joven directora presentará universos que hablan de otras cosas mientas habla de adicciones, utilizando el género (terror, western, ciencia ficción) para vomitar sus problemas al espectador, sin ni tan solo concesiones a su propio film. Y claro, no todo el mundo estará por la labor de aceptarlo. Pero mientras ella va construyendo universos propios. Como hacen los que los tienen.
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