miércoles, 6 de mayo de 2015

Crónica Festival D'A : Últimos títulos


Este domingo terminó la quinta edición del D'A, el Festival Internacional de Cinema d'Autor de Barcelona, con una apreciable asistencia de público que casi llenó algunas de las sesiones y un nivel siempre interesante. Los premios de esta edición recayeron sobre Juana a los 12, Premio Talents, El incendio, Premio de la Crítica y Les amigues de l'Àgata, un Premio del Público que se veía venir ya que las cuatro directoras y las cuatro actrices de la cinta, casi llenaron las dos proyecciones con amigos que supongo, puntuarían con cariño. Felicitarlas por el premio y sobre todo por su poder de convocatoria. 

Tras el post que dediqué a la cinta inaugural Saint Laurent y el segundo post en que reseñé más brevemente las 10 primeras películas que vi los primeros días del festival, hoy, el tercer y último post con las últimas diez películas vistas, sumando un total de 21 y cerrando el círculo. 

Como siempre, las diez películas reseñadas, ordenadas de la que más a la que menos me ha gustado. Tomad asiento...

Los exiliados románticos es la tercera película de Jonás Trueba y su mejor film tras los ya notables Todas las canciones hablan de mí y Los ilusos. Una película que obtuvo una gran aceptación por parte de una gran mayoría del respetable pero también reacciones airadas de parte de un público, que no soporta el aire algo engreído de Jonás Trueba ni el tono siempre un poco pedante de sus películas. Aunque en comparación con Los ilusos, en Los exiliados románticos la pedantería es leve. Con un tono claramente de comedia y algún que otro momento hilarante, la cinta acompaña a tres amigos que emprenden un viaje sin destino claro por Francia y sus encuentros con ex novias, ex amantes, amigos y saludados. Según parece el guión se fue improvisando muy sobre la marcha, según iban surgiendo los lugares y las personas pero el tono es claro y unidireccional. Trueba, quiera o no, retrata una generación de treintañeros cosmopolita, cultureta y algo perdida en su propia existencia con humor y algo de cinismo. Pero como Trueba se deja ir e improvisa y rueda mientras viaja, lo que surgen son ciudades, comidas compartidas, mujeres, libros, películas, canciones... Y en ese envoltorio ligero aparecen momentos y situaciones filosóficas, vitalistas, vergonzosas y entusiastas. Los personajes intentan sentirse vivos, quizás pese a ellos y sus tonterías. Porque aman el mundo, aman la vida y todo lo que la rodea. Y su entusiasmo y su pasión se transmite. Libre y caprichosa, según algunos Rohmeriana, según otros un calco de Alain Tanner, la cuestión es que Trueba tendrá sus influencias, pero hace la película que quiere y le apetece. La que refleja su momento, el de una juventud concreta, una forma de ver el mundo.  Los exiliados románticos. Una gozada. 

Corn Island es una hermosa y minimalista película de Georgia que venía avalada por entusiastas críticas tras su pase en San Sebastián  y que se estrenará durante este mes comercialmente. Un abuelo y su nieta buscan una isla creada durante la primavera en medio del río, cuya tierra sea fértil para cosechar maíz. Una vez allí, en medio de un paraje natural hermoso, acondicionan la isla, construyen su vivienda, plantan las semillas y esperan la crecida del maíz. Pero hay dos grandes handicaps para llevar a cabo tan delicada labor. El medio natural en el que están es muy frágil y expuesto a cualquier inclemencia del tiempo y la zona está en un apagado conflicto, con militares de diversos países patrullando alrededor. Por si fuera poco, la chica protagonista, cercana a la adolescencia, empieza a despertar el deseo de los hombres que la la ven mientras despierta el suyo propio. Con una fotografía y unos paisajes inmensos, con un detallismo cautivador y con ritmo pausado pero adictivo, Corn Island sugiere de forma muy sutil los restos de un conflicto bélico, el despertar sexual, las esperanzas, las pérdidas tras la guerra y la fuerza y crueldad de una naturaleza que a ratos también es hermosa. Momentos álgidos. Final bello y estremecedor. Fluidez narrativa y magistral dominio del espacio y los movimientos de cámara. Un pequeña joya. 

Muy lejos ya de las dos cintas que la preceden, Eden, el nuevo trabajo de una habitual del Festival D'A, Mia Hansen-Love, mantiene con sus anteriores películas ese modo de narrar algo disperso en que el paso de los años va llevando a sus protagonistas a una especie de serenidad conformista con la vida, tras previos años convulsos. Aquí el entorno es la música electrónica de los 90 y los protagonistas son unos dj's que tienen el por otro lado típico auge de fama y posterior caída. Eden va ocupando años y amores, éxitos y el posterior olvido, pero como decimos la narración no es obvia ni demasiado concreta. A base de flashes a veces algo evanescentes, los años pasan y las vivencias y sentimientos se olvidan o quedan un un segundo plano neblinoso, como difícil de recordar. En esa exigente narración está según mi parecer el mayor acierto de la película, que también hará las delicias de aquellos fans de la música electrónico (no es mi caso) y modernos (aún menos) que encontrarán múltiples motivos y guiños a los que engancharse durante el largo metraje. En su contra, ciertas licencias de guión muy infantiles y de credibilidad cero o personajes que nada aportan al global de la cinta y poco a esa sensación de fluir de todo algo distorsionado, como afectados por la drogas consumidas o por la presión que ejerce sobre nuestras vidas el propio paso del tiempo.

Larry Clark, fotógrafo y polémico cineasta americano lleva años retratando de la forma más sórdida de lo que es capaz, una adolescencia marginal de la que él declara que formó parte. Así, no escatima escenas de sexo entre adolescentes y a veces entre adolescentes con adultos, mezcladas con otras de drogradicción, alcoholismo, locura, violencia y suicido. Todo ello con una estética altamente feísta y con ese afán de escandalizar que tan buenos resultados le ha dado. Tras libros de fotografías muy contundentes, debuta en el largo con Kids, un descenso a los infiernos del consumo y el sexo de un grupo de adolescentes con guión de otro enfant terrible, Harmony Korine y protagonismo de la también outsider Chloë Sevigny.  Quizás su momento de esplendor llegó en los inicios del 2000 con Bully y Ken Park, con las mismas temáticas de siempre pero distinto exhibicionismo, quizás Ken Park es la única película suya en la que el sexo es de alguna manera la esperanza y la salvación contra la dura vida del grupo de jóvenes que refleja. En The smell of us, el guión se deja ir y nos encontramos ante una sucesión de escenas desagradables y excesivas (alguna no se puede ver sin cierto humor) en que Clark nos muestra a su grupo de jóvenes prostituyéndose, manteniendo relaciones entre ellos, drogándose, en su skate y sobre todo sumidos en su crisis existencial, que de forma mágica y pese a sus excesos y sus delirios, siempre logra que aflore de forma más o menos contundente. Quizás sea para fans. Quizás a sus más de 70 años Clark solo pueda repetirse. Quizás sea un pedófilo que de vez en cuando debe plasmar sus obsesiones en una película. Quizás. Es sin duda para fans que la encontrarán apreciable, sin mucho más entusiasmo. Como yo.

La chambre blueu, la nueva película del algo sobrevalorado Mathieu Amalric, basada en un texto de Georges Simenón, empieza de manera adictiva, descubriendo los recovecos y sentidos y consecuencias de una trama sexual y criminal en que nada está demasiada claro. Poco a poco, el thriller judicial de aroma clásico va mostrando sus cartas pero cuando la trama se va concretando, el interés va decreciendo y la película se va transformando en altamente convencional, bastante previsible y con momentos de preocupante artificiosidad tanto en el guión como en la puesta en escena difícilmente creíbles. Las interpretaciones son buenas aunque tampoco lo brutales que he leído por ahí. Es cortita y se ve bien. Pero el resultado no deja de ser algo decepcionante y se olvida rápido.

Hill of freedom es la última película del prolífico cineasta coreano Hong Sang-soo, un realizador que en realidad tiene una sola película sobre la que va haciendo variaciones diversas. A veces más divertido, otra más amago, sus temas son siempre el amor, el cine y el alcohol. Sus localizaciones son casi siempre los bares y sus historias dentro de una misma película se fragmentan, se reescriben, se analizan desde varios puntos de vistas o simplemente se repiten con pequeñas diferencias. En Hill of freedom la historia se desordena, justificado porque se nos representa desde la lectura de diversas cartas explicando una vivencia a cuya remitente se le caen y sigue leyendo en el desorden en que las recoge. Un recurso algo infantil para su historia de personajes que se encuentran y se enamoran o comparten conversaciones y alcohol, algo deslucida, como hecha con cierto piloto automático. Pocas mujeres, menos comida y alcohol y menos risas, menos encanto en definitiva, en esta película de un Hong Sang-soo que siempre pasa bien pero que me temo, empieza a ahogarse en su minúsculo universo de repeticiones que el espectador empieza a sentir como suyo, como dèjá vu al que sin ofrecr un plus, cuesta sobreponerse. 

Favula es la nueva película de otro prolífico realizador, en este caso del argentino Raúl Perrone, del que podríamos decir que está al margen del margen de la industria. Su filmografía experimental está más cercana al videoarte que de la narrativa cinematográfica convencional y sin duda, visionar sus películas, se convierte en una rareza que puede causar curiosidad, aburrimiento o a veces, fascinación. Yo pude descubrirlo hace un par de años con P3ND3JO5, larguísima mezcla de cine skater, modernidad y cine mudo exigente pero a ratos fascinante. Dentro de esa experimentalidad, mucho más sosa me ha resultado Favula, una especie de fantasía juvenil, de toques bucólico pastoriles, en que una chica vendida y sometida a abusos espera ser rescatada por sus amigos para regresar a ese entorno bucólico. Superposiciones de cartón piedra, guión casi inexistente y búsqueda de sensaciones a través de la imagen y sobre todo de la música en una cinta que recuerda vagamente a la Independencia de Raya Martín y que con paciencia y predisposición, se ve como una curiosidad interesante. 

En el fondo, no muy lejos de Favula está lo nuevo de un director que suele interesarme y en muchos casos gustarme, Guy Maddin. Y digo que no muy lejos porque más allá de un guión convencional, Maddin intenta fascinar al espectador a través de sus imágenes y su sonido. Pero en este caso, a pesar de la potencia abrasiva de alguno de sus fotogramas, que por otro lado ya hemos visto en otras películas del director canadiense, The forbidden room se agota pronto en su sucesión sin sentido de gags delirantes y sus más de dos horas terminaron por hacérseme insoportables. De todas maneras, otros compañeros se sintieron fascinados por este viaje al subconsciente de un hombre, al que no voy a negar momentos de extrema y extraña belleza. Yo creo que Maddin se mueve mejor cuando su estética está al servicio de una historia y no cuando lo confía todo a la primera. Y estoy convencido que con media hora (o tres cuartos) menos, la película hubiese salido ganando mucho. Maddin es genio y figura. Autor y loco. Para bien o para mal.

Y vamos a terminar con dos películas de este nuevo cine español low cost que se reparten un grupo de amigos y del que cada vez me siento más distante. Para empezar Crumbs de Miguel Llansó, una película absolutamente marciana a la que quizás habría que aplaudir el atrevimiento, si ese atrevimiento no llevase a la película a ser un despropósito, atrevido, éso sí. Un enano deambulando por impresionantes y desérticos paisajes etíopes (sin duda lo mejor del film) en busca de un oráculo absurdo en una cinta que pretende ser de ciencia ficción y que está repleta de sonrojantes gags que se repiten  una y otra vez, eliminando en sus repeticiones la ya escasa gracia que tenían de entrada. No puede uno suscribirse a la originalidad a cambio de sopor. así que no compro.

Y finalmente la película que más me indignó del D'A, quizás éso sea un mérito, y la que más me ha hecho pensar tras su visionado (¿otro mérito?) aunque no por motivos intrínsecamente cinematográficos. Sueñan los androides, con la crème de la crème del nuevo cine español en todos los apartados técnicos y artísticos de la película. Y os voy a decir una cosa. La idea me gusta. Aprovechemos la cultura popular del espectador con respecto a un relato, en este caso, "Sueñan los androides con ovejas eléctricas" de Philip K. Dick que muchos habrán leído y los que no, habrán visto en su magistral adaptación en Blade Runner. Entre el título y un par de pistas, la gente sabrá enseguida que estamos readaptando el relato, deconstruyéndolo, en Benidorm, en un futuro cercano y reconocible. Pues oye, me parece hasta fascinante. Pero luego, esa deconstrucción es una tomadura de pelo. Un hombre va disparando a víctimas (los replicantes, claro) mientras vemos edificios y hoteles vacíos (muuucho rato) y cuatro gags de post humor insufribles. Lo mezclamos con estampas de gente anónima en sus casas retratados sin más y con cameos de los amiguetes y listos. Un par de escenas, la de la cruz y la de la oveja, salvables. El resto, puro vacío. Mucho me temo que mi indignación ya les sirve a los realizadores de la película. Lo que no buscan es la indiferencia. ¿será pues una película ya no de post humor sino post moderna? Será quizás un éxito, una provocación total, la deconstrucción llevada a su último escalón. Venga, paro ya que le acabaré poniendo cinco estrellas...

Pues nada más. Os dejo con el videoclip de Tulsa, realizado por Jonás Trueba y que sirvió como fuente de inspiración para Los exiliados románticos. Hasta el año que viene, D'A...