Pues estoy inmerso en el festival D'A, festival de cine de autor de Barcelona y durante estos primeros tres días he podido visionar ya seis películas, dos por día. Voy a analizarlas brevemente a continuación. Antes que nada constatar que el festival está siendo un éxito moderado de público y que la calidad de las películas está siendo algo inferior a lo que esperábamos e incluso algo inferior a la pasada edición. Pero queda mucho. Sí quiero criticar la chapuza que se ha hecho este año con la retrospectiva a Claire Dénis, con proyecciones en la filmoteca y casi todas fuera de las fechas del festival. Algo surrealista y bastante indignante, ya que entiendo que una retrospectiva anunciada a bombo y platillo como parte del festival debería coincidir totalmente con las fechas del mismo, como ocurrió la pasada edición con la fenomenal retrospectiva a Guy Maddin. Cuidado D'A, porque un festival que celebra su segunda edición y que está llamado a ser el más importante de la ciudad no puede cometer estupideces de este calibre. Siempre pasan factura. En fin, casi sin tiempo para escribir (ésto no es Sitges, con mis días de fiesta y mi total dedicación) pero relajado y feliz tras soltar lastre, aquí van mis primeras seis películas vistas en el festival (cuatro de ellas, francesas).
Recordad que también están informando, quizás de otras películas, quizás con otras opiniones los amigos de Cine Latino, con una crónica diaria y los amigos de Después de 1984 con una crónica, como yo, cuando pueden. Imprescindibles ambos blogs si te interesa de verdad lo que está ocurriendo en el D'A.
La joven realizadora francesa Mia Hansen-Love nos presentó en la inauguración su tercera película, una deliciosa historia que es una crónica del primer enamoramiento, su difícil, lenta, pero segura superación y el poso que deja en nosotros para el resto de nuestras vidas. La primera parte de la película, sencilla, algo rohmeriana, un pelín empalagosa, nos narra el total enamoramiento de una adolescente por un joven soñador que termina por abandonarla. Naturalidad, sencillez, una transparente fisicidad y el retrato de una chica con cierta tendencia a la dependencia emocional y con una notable inseguridad en sí misma llenan de claridad, de sutil brillantez ésta primera parte de la película. La segunda parte es aún mejor. Tras la notable depresión de su protagonista, continuos saltos temporales muestran como tras los años, sin milagros, sin grandes porqués, el paso del tiempo cura la herida y devuelve las ganas de vivir transformando la protagonista en otra persona. Pocas veces he visto narrada de forma tan brillante la superación de un primer amor, su aparente olvido. La tercera parte en que vuelven a coincidir ambos, termina por parecerme la más fallida pues rompe un poco la coherencia de lo que había explicado hasta entonces, haciendo que los personajes, pese a entender que siempre quedará una chispa, en cierta manera involucionen. Sin ser perfecta ni mucho menos (la película me parece irregular y algo lenta) el film contiene numerosos aciertos y muestra la personalidad de una directora con estilo, lejana a modas de direcciones rimbombantes que dará de que hablar. Y la interpretación de la joven Lola Créton es más que espléndida. Una buena inauguración, sin duda.
En mi haber ya contaba con dos visionados del cineasta Bruno Dumont, L'Humanité y Twentynine palms, suficientes para conocer lo raro, raro que es este director. Con Hors Satan vuelve a realizar una película inclasificable, muy contemplativa, con actores no profesionales, feos, vulgares, en el límite de la cordura y nos muestra un conjunto de situaciones, a veces violentas a veces tiernas, en que un vagabundo intima con una joven maltratada, la defiende con estallidos de violencia, la ama a su manera y se dedica a exorcizar a gente del pueblo que quizás está poseída por alguna especie de diablo. Dumont consigue desesperar e indignar en gran parte de su metraje a un espectador cansado de tanta tontería, de tanta contemplación sin sentido, de tanta vacuidad, pero en otras ocasiones logra impregnar de misterio, ambiente enfermizo, de extrañeza malsana, de extracto de mal puro una narración que cuenta con muy pocos medios, con pocos espacios, con muy pocos recursos. El producto resultante es muy desconcertante pero no carente de cierto misterio sugerente, para algunos espectadores que entren, ni que sea en parte, en el rollo alienante del director.
La interesante ópera prima de Fran Ruvira pretende ser un híbrido entre ficción y documental y un juego metalingüístico de cine dentro del cine que al menos como punto de partida, es meritorio. Un equipo de rodaje realiza una película en un pueblo en el que Orson Welles estuvo realizando localizaciones muchos años atrás. El rodaje es ficción. La historia de la actriz de la película, nacida en el lugar y que regresa al pueblo tras un asunto amoroso mal cerrado es ficción. Ambas ficciones están muy desaprovechadas y se salvan por los puntos de humor que le otorgan un trío de niños y un viejo que observan el rodaje y el director del film, de tono muy autoparódico y algo cínico para con los directores. En el lado del documental están ciertos apuntes irrelevantes sobre la verdadera historia de Welles por las tierras y los testimonios de los abuelos del lugar (sin duda lo mejor) sobre sus recuerdos del genial director. Al final, una película que se ve con curiosidad, que no aburre, pero que termina por ser un híbrido sin demasiada gracia, que con la excusa de dejar espacios para la interpretación del espectador termina por no ofrecer un tono personal al relato. La dedicatoria final a Joaquim Jordà muestra que el referente del director es espléndido pero que la distancia con él es, por ahora, inmensa.
Película coreana, ópera prima del director Lee Kwang-kuk, ayudante de dirección hasta la fecha de Hong Sang-soo, en que el discípulo, pese a mantener cierto tono conversacional naturalista y plagado de alcohol y gente del mundo del cine parecido al de su maestro, lleva a otro estadio algo más abstracto y formalmente más complejo su film. La película es una maraña de relatos contados por protagonistas, dentro de los cuales los protagonistas cuentan otros relatos, dentro de los cuales los protagonistas cuentan otros relatos... Quizás reales, quizás idealizados por el recuerdo o quizás inventados a partir de experiencias propias, la maraña de relatos que aludía se hace confusa y difícil de desentrañar. La tristeza existencial, los amores perdidos y la creatividad como motor de salvación en nuestras vidas constan, pero quedan demasiado difusos dentro de un riesgo formal y argumental que pesan a la película como una losa y del que no logra emerger jamás, provocando cierto tedio. Con buenas maneras para ser una ópera prima, pero claramente fallida.
De nuevo de tierras francesas nos llega la última película del personal Christophe Honoré, una historia de dos generaciones, madre e hija, con sus tendencias algo impulsivas para con sus vidas y sobretodo en cuanto al amor se refiere. La historia de esa familia algo disfuncional, de estas dos mujeres impulsivas condenadas a la soledad existencial y al desamor, está contada con gran lujo de detalle fetichista, colorido, pomposidad estético-gay, canciones y con enormes altibajos en la narración. Momentos de gran calado emocional que conmueven al espectador (las dos muertes, algunos instantes de profunda y abstracta melancolía) se alternan con momentos sosos e incluso con trazos de guión muy difícilmente creíbles y algo vergonzosos. Buenas interpretaciones, momentos de virtuosismo formal y otros de indudable emoción no son suficientes para llevar la película más allá del aprobado holgado pero muy lejano a la obra coherente, regular y superior.
Estamos ante una de las películas más esperadas del festival, que casi llenó la sala grande y que me resulta más difícil de criticar y de puntuar. Bertrand Bonello realiza sobretodo un virtuoso ejercicio de estilo para narrarnos las vidas e intimidades de estas protitutas que viven y trabajan en un prestigioso burdel de finales del s. XIX, principios del XX. Con una dirección exquisita y de mérito en un espacio casi cerrado, claustrofóbico, la película empieza por generarnos una cierta fascinación con el mundo que narra (de forma preciosista pero realista, detallista) para ir evolucionando en el tono e ir cambiando nuestra percepción y nuestros sentimientos que no solo se identifican con el tedio, la opresión, el miedo y la infelicidad de las prostitutas, sino que a medida que el director nos muestra ciertos ambientes enfermizos, violentos y degenerados, nos provoca importantes dosis de repulsión putrefacta, de indignación, de rechazo, de asco. Mi percepción es que tales sensaciones cambiantes son las que el director pretende provocar y generar, cambiando el cierto encanto bucólico generado por nuestra fantasía en el inicio por una brutal degradación e indignación con lo que vemos a medida que avanza su metraje. Por lo tanto, pese a que su visión no es nada agradable hay que reconocer a la película el mérito que tiene, remover nuestras conciencias y nuestros intestinos al tiempo que nos explica con detallismo esteticista la forma en que se vivía, casi como en un adinerado club social, en los burdeles de hace un siglo.
Es todo por hoy. A ver si a media semana puedo volver a informar. Por aquí os espero.